El
10% de la población femenina de Nepal sufre prolapso uterino. Mujeres marcadas por una maternidad
demasiado temprana para las que los órganos genitales han dejado de ser
aquello que se mantiene en el lugar debido, convirtiendo su vida
cotidiana en un infierno. En una estimación a la baja, el Fondo de
Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y el Instituto de Medicina de
Katmandú calcularon que en total había 600.000 afectadas en el país,
pero otros estudios locales y por regiones (el país tiene 75 distritos) elevan la cifra.
La ONG nepalí CAED encontró que un 37% de mujeres lo padecen en los
distritos de Saptari y Siraha. En Rautahat y Mahottari, un 20%, según
documentó un informe del Model Hospital de Katmandú recogido en el
informe de Amnistía Internacional
Cargas innecesarias. La discriminación de género y el prolapso uterino en Nepal. “Zonas con altos índices de discriminación”, explica la ONU.
Forzadas a casarse en su adolescencia, incluso antes de haber
alcanzado la pubertad, varias veces madres a los 20, golpeadas y vejadas
por sus familias políticas, en ocasiones violadas en el lecho conyugal,
obligadas a trabajar durante horas bajo el sol en el campo y caminar
durante horas en busca de agua y grano, aunque acaben de parir pocos
días antes, malnutridas... Las historias y condiciones de vida de muchas
de las que sufren este problema en Nepal, sobre todo en áreas rurales,
son comunes. Son las causas de que sus músculos, aunque jóvenes, no
aguanten sus úteros.
Esta descripción bien podría ser la vida de Ram Kumari Yadav. “Soy
pobre y no puedo trabajar bien. Tengo dolor en el abdomen. También en la
espalda. No me puedo sentar correctamente, ni juntar las rodillas. Me
duele todo el rato”. Con un hilo de voz, sentada ladeada, descalza y en
el patio de la casa de una vecina en Govindapur-5, para evitar ser
descubierta por su marido hablando con desconocidos sobre sus problemas,
Ram Kumari Yadav relata cómo ha sido su existencia desde hace tres
décadas. No sabe la fecha exacta en la que su útero cayó y se le salió
de su cuerpo por la vagina, solo que fue al parir a su primogénita, de
la que quedó embarazada pocos meses después de casarse tras tener su
primera menstruación. Hoy, cinco hijos después, esta mujer de unos 45
–desconoce su edad precisa– todavía no se ha sometido a la cirugía que
necesita para tratar su prolapso uterino. Su marido no solo no se lo
permite porque no quiere dejar de mantener relaciones sexuales durante
los días de reposo tras la operación, sino que además, le pega y abusa
de ella cuando llega borracho a casa.
“El prolapso uterino en Nepal es consecuencia de la discriminación de género”. Samita Pradhan, responsable del
Programa de Derechos Reproductivos
de la ONG CAED, no duda al hacer el diagnóstico: “Es un problema de
mujeres de 50 y en Nepal tienen 15, debido al matrimonio infantil y los
embarazos tempranos”.
Los números avalan esta radiografía. La edad media de las pacientes
de prolapso uterino en Estados Unidos es de 61 años y la aparición del
problema está asociada normalmente a la falta de tono muscular por el
envejecimiento. En Nepal, sin embargo, casi la mitad (47%) de las
mujeres que pasan por quirófano por esta dolencia –y son pocas las que
llegan a operarse– tienen entre 15 y 29 años. La mayoría notó que sus
órganos cedían a la gravedad cuando dieron a luz a su primer o segundo
hijo, según datos del UNFPA de 2013. El dato encaja con la tasa de
embarazos adolescentes que, aunque ha descendido en la última década, es
elevada:
el Gobierno de Nepal estima que el 17% de las chicas de entre 15 y 17 años está encinta o han tenido ya a su primer hijo.
Sé que los niños no deben casarse tan pronto. Pero tendré que buscar
unos buenos chicos para mis hijas. Soy una mujer, ¿qué puedo hacer?”
Manju Devi Yadav, de unos 26 años (desconoce su fecha de nacimiento) y
residente en una vivienda de adobe y paja en Bhediya (en el distrito de
Siraha). Tuvo su primer hijo con 12. Recuerda que tras su primera
regla, con 11, se casó con un hombre 14 años mayor que ella, elegido por
sus padres. “Cuatro meses después me quedé encinta”, relata. Fue al
tener su segundo bebé, una niña, cuando notó una fuerte presión en su
vagina. Tenía 13 años y después del parto pasó seis días separada en
otra habitación de la casa de sus suegros (donde habitualmente viven las
parejas) y solo se alimentaba con jengibre y azúcar negro. La tradición
dice que después de dar a luz la mujer está sucia y hay que mantenerla
apartada. Después de ese
reposo, Manju Devi volvió a sus tareas
habituales: ir a por agua, sacar a pastar a sus vacas, buscar y cargar
la madera para el fuego en el hogar, también el cereal con el que hace
harina. Todos trabajos físicos que requieren que transite muchas horas
por caminos de tierra cargando pesados bultos sobre su cabeza. Y su
útero fuera de su lugar.
“Sé que esto tiene que parar. Que los niños no deben casarse tan
pronto. Pero no tengo ayuda y tendré que buscar unos buenos chicos para
mis hijas. Soy una mujer, ¿qué puedo hacer?”. Manju Devi ya busca
varones para desposar a sus tres hijas, de 13, 9 y 7. Cuanto mayor es la
mujer, más tienen que pagar las familias como dote. Y son muy pobres.
“Además, si no se casa pronto, la comunidad piensa que tiene algún
problema”, detalla la joven madre. Su primogénito, un chico de 14, ya
está casado. “Es muy travieso. No podía hacer nada por evitarlo”,
justifica con una expresión triste en su envejecido rostro, surcado por
arrugas que dibujan una edad que no tiene.
El matrimonio infantil es ilegal en Nepal. También la dote. Ambas
prácticas son, sin embargo, muy comunes. Y el Gobierno lo sabe. El
propio
censo del país desveló en 2011
que el 29% de las adolescentes menores de 19 (la edad legal para
enlazarse) estaban casadas “informalmente”. Los datos del UNFPA de 2013
completan el cuadro: la media de edad a la que contraen matrimonio las
nepalíes es a los 15 años (14 entre las pacientes de prolapso uterino). A
los 19, la mayoría (74%) ya ha sido madre.
Para Purna Bhakta Tandukar, el secretario adjunto del
ministerio de Mujer de Nepal,
ni el matrimonio infantil, la dote o la violencia de género (también
penada con multas o cárcel) son asuntos que debieran abordar su equipo.
“Son problemas legales”, justifica. “Cualquiera puede denunciar un
matrimonio infantil o un caso de malos tratos, y la justicia tomará
medidas contra ellos. El problema es que la gente no denuncia”,
considera. La policía solo investigó 19 casos de matrimonio infantil
entre 2012 y 2013, denuncia Amnistía Internacional.
Tampoco las elevadas tasas de prolapso uterino y la falta de acceso a
tratamientos son asuntos que deba solucionar el ministerio de Mujer,
según Bhakta Tandukar. “No lo abordamos porque es un problema de salud”,
argumenta.
Soluciones para las invisibles
Desde el ministerio de Salud la solución que se ha dado a las mujeres
que sufren prolapso uterino ha sido montar campamentos médicos en áreas
rurales estratégicas una vez al año para que puedan operarse
gratuitamente. Lo hacen desde que en 2008 el Tribunal Supremo del país
fallara que el derecho constitucional de las mujeres en materia de salud
reproductiva había sido menoscabado por el Gobierno en tanto que había
fallado en la implementación de medidas para reducir y tratar los casos
de prolapso uterino. El UNFPA estima que 200.000 –un tercio del total de
afectadas– necesitan cirugía para realizarse una histerectomía
(extirpación del útero), debido al avanzado estado de su prolapso.
A uno de esos campamentos fue hace dos años Chandrawati Mahato, de 45
años. “Ahora estoy contenta y convenzo a las mujeres de la comunidad
con el mismo problema para que se operen”, dice. Sabe bien lo que es
soportar el dolor y la humillación familiar en silencio. Sin ayuda ni
desahogo. Ella, como casi todas, lo mantuvo en secreto. “Sentía
vergüenza. Ya sabes cómo son las mujeres de la comunidad, te critican.
Lo callamos porque hay el pensamiento de que esto pasa por el karma. Mi
nuera me insultaba cuando se enteró. Así se comporta la gente”, dice
tranquila y en voz baja en el porche de su casa, a dos metros de la
habitación de sus dos vacas mientras su marido, con el que se casó
cuando tenía 12 años, descansa a la sombra desconcertado porque su mujer
sea objeto de una entrevista.
El ministerio de Sanidad nepalí organiza campamentos médicos anualmente en zonas rurales para operar a las pacientes
El secretismo hace que Chandrawati Mahato, que vive a escasos pasos
de Ram Kumari y otras mujeres con prolapso uterino en Govindapur-5,
nunca hayan hablado entre ellas sobre su problema. Tampoco las vecinas
de Bishanpur Kati, también en la región de Siraha, al sureste del país.
Ganga Ram Sah, médico de la clínica en esta localidad, considera
peligrosa la falta de comunicación, no solo entre las mujeres, sino con
él. “No vienen abiertamente por este problema. Tienen vergüenza de
hablar sobre sexo y es muy difícil darles información sobre este tema.
Cuando vienen por otras enfermedades, les hago muchas preguntas para
averiguar si tienen prolapso uterino”, explica rodeado por un grupo de
mujeres traídas por amigas para que reciban orientación. “A veces somos
nosotros quienes vamos a los pueblos para dar charlas sobre prevención y
tratamientos. Pero no tenemos programas específicos”, se queja.
Ganga Ram Sah coge de su mesa de madera roída un anillo de goma roja,
de unos siete centímetros de diámetro, y se lo muestra a las
concurrentes. “Permite sujetar el útero en la fases uno y dos”, detalla.
Esto es cuando el prolapso es leve o moderado y el útero alcanza la
entrada de la vagina, pero no se ha salido. Lo explica a pesar de que en
su consulta, por falta de instrumental e infraestructura, no puede
operar ni colocar un anillo, que tiene que ser cambiado cada tres meses.
Eso obligaría a que las mujeres, sin más medio de transporte que sus
pies, tuvieran que ir periódicamente al hospital de la ciudad más
cercana, a varias horas caminando por senderos de tierra. Una ausencia
muy prolongada que, además, no podrían explicar a los maridos que
normalmente se oponen a cualquier tipo de tratamiento, según relata el
médico.
Samita Pradhan, de la ONG CAED, cree que las políticas públicas
deberían dar un giro para facilitar el acceso a este tratamiento en vez
de solo focalizarse en operar una vez al año en los campamentos. Más
aún, lleva años pidiendo que se incluya en el sistema sanitario la
colocación de un nuevo tipo de anillo, fabricado de PVC, que es más caro
(40 euros) pero dura 10 años. También porque haya más y mejor acceso a
métodos anticonceptivos, y campañas estatales de sensibilización y
prevención. “Las leyes tradicionales son muy fuertes. En Nepal hay el
concepto de que la mujer es una máquina para hacer hijos. Tenemos que
implicar a los hombres en los programas sobre igualdad”.
Muchas mujeres son apartadas de la casa y sin apenas alimentación tras el parto porque se las considera sucias
En su despacho en Katmandú, la directora de la división de salud
familiar del ministerio de Salud Pública, Kiran Regmi, anuncia “nuevos
programas el próximo año” para combatir el prolapso uterino. El
juego
de ropa para los recién nacidos que se entrega gratis a las mujeres que
acuden a los hospitales a parir (un incentivo para que no den a luz en
casa como es habitual), luce colgado en la pared.
“Vamos a implementar un programa para que no tengan que irse a operar
a los campamentos anuales, sino que cualquier organización de mujeres
que nos llame con algún caso recibirá ayuda. Así, las mujeres podrán
operarse a los pocos días en un hospital. Les facilitaremos el
transporte y la manutención de un acompañante”, detalla. Avanza también
que el Ministerio va a adquirir 10.000 anillos de PVC (los caros) para
los casos leves. Una cantidad muy inferior al número de afectadas que
podrían beneficiarse, unas 400.000.
Pero el transporte o la carencia de anillos no son las principales
trabas que enfrentan las nepalíes para eliminar el bulto que asoma por
sus genitales, que se infecta, sangra y duele. El obstáculo es el
marido.
El esposo de Kamali Devi Paswan no la permite operarse del prolapso
uterino grave que padece desde parió a su tercer hijo, hace casi una
década, después de que los dos anteriores fallecieran. “Me dice que
cuando consiga trabajo en India, entonces me haré la operación”, afirma
como si se tratara de una cuestión de dinero. Sentada en la parte de
atrás de su casa para esconderse de las miradas y cuchicheos de los
vecinos que se han congregado alrededor de su pequeña vivienda para
enterarse de qué le ocurre, confiesa finalmente que su marido no le
permite someterse a una histerectomía porque quiere tener más hijos,
aunque ya tienen tres, dos nacidos después de que a Kamali Devi se le
saliera el útero.
“Iré contra él. Iré al campamento la próxima vez que venga”, dice
atrevida. “Sé que me pegará, pero tengo mucho dolor. Mis hijos [de 9 y
10 años los mayores] me ayudarán”. Con su bebé de siete meses sobre su
regazo, sentada en una lona en el césped, a Kamali Devi se le humedecen
los ojos: “Estoy sola. A veces siento rabia. Soy muy pobre y no sé qué
más decir. No sé por qué se me salió. Vivo en un pueblo y tampoco tengo
idea de si esto es un problema de Nepal o a cuántas mujeres afecta”.
Ni ella, ni Ram Kumari, u otras mujeres afectadas, pueden operarse
sin el consentimiento del marido por una traba administrativa. Para
evitar que mujeres de otros países, sobre todo indias, se operasen
gratis en los campamentos, el Gobierno empezó a pedir el documento que
acredita la ciudadanía nepalí. Una ciudadanía que concede, con su
apellido, el esposo o el padre, en caso de que sea soltera. Para ellos
es tan fácil negar la operación como no gestionar un papel.
El secretismo en torno al sexo y la salud femenina dificulta el diagnóstico y prevención del prolapso uterino
El secretario adjunto del ministerio de Mujer no cree que sea su
competencia ponerle fin a este impedimento. “Es una cuestión que tendría
que resolver el ministerio de Asuntos Internos”, explica.
Sin la consideración de ciudadanas, en un país en el que el 48% de
las mujeres son víctimas de malos tratos y el 40% son analfabetas, según
datos oficiales del Gobierno, sin acceso a educación sexual o métodos
anticonceptivos, con todo el peso del trabajo literalmente sobre sus
cabezas, despojadas de su capacidad para elegir su pareja o decidir
sobre su maternidad, las mujeres nepalíes son víctimas de todas las
discriminaciones posibles. No hace falta que hayan nacido. Desde que son
concebidas, sus padres desean que sean un niño, porque son los hijos
varones los que abren las puertas del cielo a sus progenitores. Eso dice
la tradición.