Por: Ana Barrios Camponovo
No es igual nacer niña que nacer niño. En pleno siglo XXI y en la
mayoría de países en que se ha dividido el planeta, nacer niña es de
condición inferior. Implicará, por un lado, no tener acceso a estudios, y
por el otro, tener un sentido exclusivamente reproductor. En el llamado
primer mundo tampoco es tan sencillo el desarrollo de una niña hacia el
"ser mujer". Estaremos rodeadas de una serie de trampas, convenciones, y
creencias culturales, que irán cercando el territorio de lo femenino
hasta acotarlo a la servidumbre.
Hoy por hoy, la servidumbre se da dentro, en el refugio del hogar, y
fuera, en la jungla laboral. El sistema social y económico me recuerda
al cuadro de Goya, Saturno devorando a un hijo, tan impactante y sombrío.
En ninguno de los casos se nace mujer o se nace hombre; ambos tenemos que hacernos y nacernos,
y esto se consigue desarrollando el “darse cuenta”, de nosotros, de los
otros y de las rejas educativas, sociales, culturales, morales, casi
invisibles, que los poderosos han establecido para mantener a los
esclavos contentos y produciendo. Nacemos a la identidad a través de la
atención, la contemplación, la formación, la desobediencia, el no combate, la vivencia trascendente de la sexualidad y la práctica del
sentido del humor divino o cósmico o estelar; todo ello nos lleva a la
amplificación generosa de la consciencia, que nos dispone a una vida más
disfrutable y comprometida.
En este día tan luminoso compartimos este documental sobre la vida de
una pensadora que ha inspirado a muchas generaciones de mujeres y
hombres, Simone de Beauvoir. Hoy decimos gracias a esas mujeres que
salieron de la comodidad para sembrar semillas de liberación y
trascendencia…
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