Por Lola Bahr
Pareciera
que poco a poco nos vamos atreviendo a realizar ciertos “cambios” en lo que
respecta a lo femenino. En este caso con el lenguaje, y más concretamente con
la lengua Española.
Sabemos
que en el lenguaje, el estilo masculino ha predominado, tanto en los
significados de las palabras, como en las palabras en sí. Ni que decir, que la
gran mayoría de los miembros de la RAE (Real Academia de la Lengua Española),
son hombres. A esto le añadimos, que no hay un criterio universal de
significado, si no un “adaptarse” a
los tiempos que corren; lo que lleva por ejemplo a plantearse el
significado de femenino; -débil, endeble-. ¿Será que nos hemos hecho más
fuertes con el tiempo? O… ¿Será que ahora interesa que no seamos tan débiles? Veremos cuál será
el significado...
Aquí
adjuntamos un artículo, para que cada una saque sus propias conclusiones.
Personalmente la sensación que me dejó fue de tristeza, al ver la riqueza que
tenemos de palabras para expresarnos, y por decisión de “algunos”, hay que usar
un lenguaje limitante.
Gracias
a Dios, hay personas con las que podemos compartir el expresarnos con un
sentido más universal.
La Real
Academia Española suprime acepciones contestadas por su machismo en 2014
Algunas definiciones
son inexactas pese a haber sido incorporadas en el siglo XX
TEREIXA CONSTENLA Madrid 24 Nov.
FERNANDO VICENTE
Borges se burló del Diccionario
de la Real Academia Española (DRAE) con su característica
inclemencia: “Cada nueva edición hace añorar a la anterior”. No parece que
vaya a ocurrir con la versión vigésimo tercera, que saldrá a finales de
2014. Al menos desde el punto de vista del sexismo. Algunas de las
acepciones más denostadas por su sesgo machista desaparecerán. Ya no será
más huérfano quien pierda al padre que a la madre.
Lo femenino no equivaldrá a débil y endeble, ni lo
masculino a varonil y enérgico. Tampoco babosear tendrá entre sus variadas
definiciones la de “obsequiar a una mujer con exceso” (aunque esta se
enmendó durante una de las cinco actualizaciones realizadas desde 2001,
cuando se publicó la 22ª edición del DRAE).
En las casi 93.000 entradas que recogerá la nueva
obra (5.000 más que la actual) se incorporarán enmiendas en los nombres de
profesiones o actividades que desempeñan mujeres. Entre otras, tendrán lema
doble: alfarero, -ra, camillera, -ra, cerrajera, -ra, enterrador, -ra,
herrero, -ra, picapedrero, -ra, costalero, -ra o soldador, -ra. Otras pasan
a ser un nombre común en género, esto es, un término con masculino y
femenino según el contexto, que sirve para unas y otros sin necesidad de
alterar la terminación (el/la concertino, el/la submarinista o el/la
guardabosque).
Gozos y sombras del DRAE
Algunas de las siguientes
acepciones del Diccionario de la Real Academia Española serán
modificadas en la edición, que se publicará a finales de 2014.
Huérfano. Dicho de una persona de menor
edad: a quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos,
especialmente el padre.
Gozar. Conocer carnalmente a una
mujer.
Cocinilla. Hombre que se entromete en
cosas, especialmente domésticas, que no son de su incumbencia.
Periquear. Dicho de una mujer: disfrutar
de excesiva libertad.
Cancillera. Cuneta o canal de desagüe en
las lindes de las tierras labrantías.
Edén. Paraíso terrenal, morada del
primer hombre antes de su desobediencia.
Hombre. Ser animado racional, varón o
mujer. / Individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles por
excelencia, como el valor y la firmeza.
Mujer. Persona del sexo femenino. /
Que tiene las cualidades consideradas
femeninas
por excelencia.
Femenino. Débil, endeble.
Masculino. Varonil, enérgico.
Padre. Varón o macho que ha
engendrado. / Cabeza de una descendencia, familia o pueblo. / Padre de
familia: jefe de una familia aunque no tenga hijos.
Madre. Hembra que ha parido. / Madre
de familia: mujer casada o viuda, cabeza de su casa.
“La edición de 2014 tendrá miles de novedades,
algunas tan minúsculas que los lectores no las van a captar”, precisa su director,
el académico y catedrático de Lengua española, Pedro Álvarez de Miranda.
“Se trata de que el Diccionario sea mejor, no menos machista, sino de que
lo que diga sea verdad. Parece que solo actuamos a instancias de parte y no
es así… no se cambia por protestas sino porque no es verdad. Lo que no se
puede pretender es cambiar la realidad a través del Diccionario. Si la
sociedad es machista, el Diccionario la reflejará. Cuando cambia la
sociedad, cambia el Diccionario”, añade.
Eulàlia
Lledó, una catedrática de Lengua y Literatura de secundaria que
lleva años investigando los sesgos sexistas en el lenguaje, solo comparte
con el académico un aspecto: el retrato de la realidad. En su opinión, la
casa es refractaria a incorporar usos igualitarios que están en la calle.
“El DRAE está a años luz de la sociedad. Arrastra una inercia que parece
que les gusta. Una de las misiones del Diccionario es reflejar la realidad.
Si lees las definiciones de madre, padre o huérfano verás que no la
reflejan. El androcentrismo y el sexismo son tópicos que contravienen la
realidad”.
Convengamos que les cuesta. Retrocedamos hasta 1992,
un año en el que ocurrieron tantas cosas en la sociedad española que no
había tiempo para palabras. Para sumarse a la fiesta la RAE publicó la
vigésimo primera edición del Diccionario, la segunda que se corregía en
democracia y solo ocho años después de la anterior, sin enmendar ninguna de
las definiciones que la realidad estaba sobrepasando a toda prisa, como
periquear (“disfrutar de excesiva libertad la mujer”) o gozar (“conocer
carnalmente a una mujer”), que había figurado en la versión de 1780 (“gozar
de una muger: tener congreso carnal con ella, consintiendo ella o
padeciendo violencia”) y luego desaparecido. Y aunque en su haber figuraron
entradas como jueza, concejala o machismo, siguió resistiéndose a incluir
médica. Un término con una extraña evolución: se registra en el canon
lexicográfico de 1925 (“mujer que se halla legalmente autorizada para
profesar y ejercer la medicina”) y se destierra de ediciones posteriores
hasta 2001.
Álvarez de Miranda: "Se
trata de que el DRAE sea mejor, no menos machista"
En algunos aspectos, el DRAE retrocedió en el XX. En
el siglo que se consagran los derechos de la mujer como un pilar básico de
las sociedades modernas —claro que en España se obstaculizó la igualdad (y
no solo) durante cuatro décadas—, el Diccionario incorpora acepciones que
proclaman el sometimiento de las mujeres como la citada babosear o las
ningunean como ocurre con huérfano. Hasta la versión de 1925, la definición
es impecable y mantiene con mínimos matices la introducida en el siglo
XVIII por los primeros redactores: “La persona que ya no tiene padre, o
madre, o le falta uno y otro”. Es en el siglo XX cuando se añade la
coletilla que convierte a alguien en más huérfano si pierde al padre que a
la madre.
Eulàlia Lledó: "El
androcentrismo es un tópico que no refleja la realidad"
A la RAE, que ahora desterrará estas definiciones de
su principal obra, le ha costado dar el paso, a pesar de que ya en la
década de los ochenta encargó a tres expertas (entre ellas Eulàlia Lledó)
un informe para detectar sesgos sexistas con vistas a mejorar la edición de
2001. “Del trabajo que hicimos, apenas recogieron cosas. Creo que cuando
vieron la envergadura, decidieron cambiar poco. Pagaron por un trabajo que
tiraron”, recuerda la filóloga. En el estudio no se limitaban a revisar
definiciones, también analizaban ejemplos, donde detectaron una clara
hegemonía de los masculinos y una sobreabundancia de casos peyorativos en
los femeninos. “Les cuesta menos introducir cambios que tienen que ver con
las profesiones que con aspectos relativos a lo físico, lo moral o lo
sexual”, concluye Lledó. De las difíciles relaciones entre la Academia y
las feministas da fe el debate generado el año pasado tras un informe
del académico Ignacio Bosque sobre las guías de lenguaje no sexista
en el que afirmaba: “Nadie niega que la lengua refleje, especialmente en su
léxico, distinciones de naturaleza social, pero es muy discutible que la
evolución de su estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión
consciente de los hablantes o que se pueda controlar con normas de política
lingüística”.
El sexismo del lenguaje comenzó a combatirse a nivel
internacional en la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada
en México en 1975. No es exclusivo de las lenguas latinas. El inglés
arrastra sus prejuicios. En un artículo de hace unos años, Deborah Cameron,
profesora de Lengua y Comunicación en la Universidad de Oxford, citaba fireman
(bombero), gestada a partir de la palabra man (hombre), y sustituida
por el integrador firefighter tras presiones de movimientos
femenistas. Dicho lo cual avisaba de que la lengua corre libre: “Las
instituciones pueden legislar sobre el lenguaje, pero las reformas solo
funcionan si la mayoría de los hablantes las aceptan. La gente nunca
consulta a las autoridades antes de abrir la boca”. A estas alturas nadie
comparte lo que un día espetó Leopoldo Alas: “Somos los amos de la lengua”.
Las palabras nacen, mueren o se transforman por voluntad de todos en
general y de nadie en particular (salvo excepciones: mileurista tiene una
madre reconocida que acuñó el término en una carta a este diario que corrió
como la pólvora). En esto conciden los hacedores de diccionarios y quienes
los someten a auditorías externas. “Las lenguas dependen de la gente y las
cosas van a su cauce”, concede Eulàlia Lledó.
“El Diccionario tiene que
reflejar la realidad y toma nota de lo que pasa del uso al desuso. Pero el
Diccionario no puede acelerar el proceso”, defiende
Álvarez de Miranda. Por ejemplo, sexo débil “podría estar cerca
de la necesidad de tener una marca de vigencia porque probablemente hoy se
usa poco, pero en la próxima versión saldrá sin marca”. En 2014 se
conservarán las acepciones de sexo débil como “conjunto de las mujeres” y
sexo fuerte o feo como “conjunto de los hombres”. Otra herencia sexista del
siglo XX.
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