Por Laura Medina
Imagino a los habitantes de Kathmandú haciendo girar con más devoción que nunca los cilindros de la estupa de Boudhanath en el tiempo que les quede libre tras haber ayudado a sus vecinos o tras dejarse ayudar por ellos.
A los monjes de
Kopan levantándose antes del alba, más serios que de costumbre, para comenzar a
entonar la retahíla de cada día mientras se balancean como tratando de empujar
sus voces cavernosas a través de la garganta.
OM MANI PADME
HUM
A los pequeños
monjes del monasterio de Namobuddha mirando de reojo a sus mayores, imitando
sus gestos. Hoy no sonríen ni se gastan bromas entre ellos. Hoy, mantener la
disciplina es algo más fácil de hacer. Quizá hoy el tiempo para el rezo sea mayor que de costumbre.
OM MANI PADME
HUM
Imagino millones
de banderas de colores ondeando mantras a través de una atmósfera llena de
polvo y del humo constante que viene de Pashupatinath.
OM MANI PADME
HUM
En un día en que
las tripas alzan la voz clamando por la ausencia de Dios, no paro de pensar que
precisamente encomendarse a sus creencias es lo único que le quedará a tanta
gente en Nepal.
De nada sirve humanizar
los fenómenos naturales. Son desde
antes que el hombre existiera. Es lo que al final modela o recorta nuestros
paisajes, en este caso, creando montañas gigantescas. Pero a este nivel, en
esta cota que habitamos, los biorritmos de la tierra pueden transformarse en
desgracias humanas por eso hoy me acuerdo de Binay, de Maya y Cheeza, del señor
Purna, de toda la familia Dahal, de Dipendra, de los dueños de las casas donde
nos alojamos…
Me los imagino
con gesto preocupado. Serios... Pero los imagino a todos a salvo en el querido, querido Nepal.
Cuando se ha tenido la suerte de conocer Nepal, aún por corto espacio de tiempo, recibiendo diariamente las sonrisas y el descaro de sus niños y la buena acogida de los adultos, produce dolor imaginarlos ahora padeciendo la destrucción de sus humildes viviendas y la desaparición de seres queridos.
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